Hola a todos!
Hoy vengo con añoranza a contaros aquellos años de Universidad. Hace 10 años ya de eso... Mucho he aprendido desde entonces y mucho de lo que me comentaban en clase los profesores lo he experimentado...
Siempre he pensado que una profesora tiene que vivir lo que enseña, disfrutarlo y enseñarlo con todas las ganas y emoción del mundo. Cuando esto es así, los alumnos le pondrán emoción y aprenderán. Es lo que a mi me ocurrió con una de mis profesoras de la Universidad: conecté con ella y vivía sus clases con emoción y con ganas de aprender más y más (y eso que de primeras su clase no me llamaba la atención, era la clase de psicomotricidad). Rescatando sus apuntes he descubierto una maravilla que tenía que compartir con vosotros :) espero que estas palabras os gusten tanto como a mi hace 10 años ;)
Éstos apuntes son un extracto de "Desarrollo psicomotor. La maduración psicomotora de E. Pikler. Los efectos de la intervención y no intervención del adulto en el desarrollo postural y del movimiento"
Empecemos por el principio, os contaré quién era Emmi Pickler para después desarrollaros su teoría:
Emmi Pikler fue una médica formada en Viena que se instaló como pediatra en Budapest en los años 1930. Su visión del niño pequeño - un ser activo, competente, capaz de iniciativas - le lleva a convencer a las familias que ella acompaña de lo adecuado del desarrollo motor autónomo y de la importancia de una actividad auto-inducida y conducida por el niño mismo. Atenta igualmente a la dimensión relacional, muestra como vivirla en los momentos de cuidados, en un compartir íntimo y profundo entre el adulto y el niño. En 1946 se confía a Emmi Pikler la responsabilidad de una casacuna en Budapest (llamado hoy en día Instituto Pikler). En la misma línea de su trabajo con las familias, (ella) busca el medio de ofrecer a los pequeños que ahí se crían una experiencia de vida que preserve su desarrollo y evite las carencias dramáticas que puede crear la ausencia de un lazo significativo con los padres.
Las nociones esenciales del pensamiento de la doctora Pikler se pueden sintetizar en los siguientes apartados:
Los comienzos profesionales de Emmi Pikler habían sido en el ejercicio de su profesión de pediatra de familia. Ayudaba a los padres a la observación de su bebé para que ellos mismos descubrieran la importancia de tener confianza en la capacidad de desarrollo del niño. Juntamente con ellos razonaba la creación de las condiciones materiales y emocionales más adecuadas para que las actividades del niño fueran más ricas, sin necesidad de intervenir directamente en su juego ni en su acción.
Establecía con los padres el ritmo de alimentación y de sueño más adecuado al niño y aseguraba que los momentos de cambio de pañales, higiene, vestido y comida, fueran ocasiones tranquilas y de relación placentera entre padres e hijo, estando siempre atentos a las reacciones del niño y favoreciendo su participación en cada una de estas actividades. Estos mismos principios fueron trasladados al instituto Lóczy y desarrollados ampliamente a lo largo de su trayectoria.
El valor de la actividad autónoma:
El pensamiento de Pikler tiene como base la confianza y el respeto al niño, considerándole una persona desde el nacimiento, una persona que es parte activa de su propia evolución, una evolución que se basa en la actividad y en la autonomía.
Emmi Pikler confía en el niño, en la capacidad innata y social del aprendizaje de los recién nacidos y de los bebés, cree en su capacidad de desarrollo autónomo y busca favorecerlo respetando su iniciativa, en el proceso de evolución de sus movimientos, en la manifestación de su desarrollo psíquico, en su juego, en su pensamiento y en su comunicación con los demás. Cuando el niño actúa por su propia iniciativa e interés, aprende y adquiere capacidades y conocimientos mucho más sólidos que si se intenta inculcarle desde el exterior estos mismos aprendizajes.
Pikler considera fundamental el valor de la actividad autónoma del niño sobre la base de sus propias iniciativas en el aprendizaje de los movimientos. Sus planteamientos parten del convencimiento de que el niño que aprende a moverse y a andar por sus propios tanteos y experiencias sin recibir soluciones preelaboradas y sin que el adulto interfiera en sus exploraciones, progresa y adquiere conocimientos de una naturaleza distinta, mucho más sólida que el niño protegido o enseñado a moverse y a alcanzar los niveles de desarrollo que los adultos consideran adecuados.
En este sentido, trata de evitar la actitud intervencionista por parte del adulto, es decir, la actitud que hace al niño pasivo, intentando enseñarle algo que aprende sólo por complacer al adulto pero no por el placer que proporciona la motivación y la comprensión del significado de lo que está haciendo. Según ella misma afirma, la intervención directa del adulto durante los primeros estadios del desarrollo no es una condición previa para la adquisición de estos estadios.
Aconseja dejar a los niños en completa libertad de movimientos, una libertad que consigue asegurar a partir de proporcionarles espacio suficiente y correctamente equipado, de vestirles con ropa adecuada para moverse cómodamente y, sobre todo, prescindiendo de cualquier tipo de adiestramiento.
La importancia del movimiento autónomo durante el primer año para el niño: la libertad de movimientos significa la posibilidad, en las condiciones materiales adecuadas, de descubrir, experimentar, perfeccionar y vivir, en cada fase de su desarrollo, sus posturas y movimientos. Por ello, necesita un espacio adaptado a sus movimientos, usar ropa que no lo obstaculice, hallarse sobre un suelo firme y disponer de juguetes que lo motiven.
Después de la posición dorsal, sin que el adulto ponga al niño en ninguna de estas situaciones, sucesivamente irán apareciendo las primeras vueltas, el girarse en el momento en que el propio niño, tumbado boca abajo, domina su comportamiento.
Después irán surgiendo las demás etapas: arrastrarse y desplazarse gateando, la posición sentada, levantarse de rodillas, después derecho, primero agarrándose y después sin agarrarse. El niño vive su vida cotidiana a través de estas posturas y movimientos intermedios, jugando como se ha dicho anteriormente. Haciéndolo, construye los preliminares, las infraestructuras de su motricidad acabada, es decir, las que le permitirán sentarse y andar, cosa que después hará con facilidad.
Ventajas del movimiento autónomo:
Mediante esta motricidad se desarrolla una actividad realmente autónoma y continua, que constituye un factor fundamental en la estructuración de una personalidad competente:
La manera progresiva que tiene el niño de encontrar las posturas le permite volver con seguridad, con un movimiento controlado, a la postura precedente. En esta postura, puede ponerse en actividad de un modo relajado mientras no haya asimilado del todo la nueva posición. Así pues, no necesita la ayuda del adulto. De una posición asimilada a la otra no hay fisuras de continuidad, ya que cada una de ellas tiene un periodo de predominio. No obstante, en el repertorio del niño activo, no hay ninguna posición que desaparezca por completo. Esta motricidad parece poner íntimamente en relación la necesidad constante de actividad del niño y los medios de que dispone en cada etapa de su desarrollo.
También hay una relación entre la motricidad y el desarrollo intelectual y afectivo: el niño siempre dispone de los medios de escoger la posición más adecuada para poder manipular con tranquilidad o para estar atento a lo que le rodea. Sus movimientos y posiciones le son útiles para construirse un esquema corporal correcto; y sus desplazamientos, para estructurar activamente su percepción del espacio.
Si al principio de cada estadio encontramos las características de las pruebas, los errores y las dudas del principio, propios de todo aprendizaje, una vez adquirido el gesto o el movimiento podemos notar la buena calidad de la coordinación y de la economía en el esfuerzo. El niño se siente satisfecho, se da cuenta de su eficacia, aprende a aprender y a llevar a cabo hasta el final lo que ha empezado.
Uno de los criterios del desarrollo correcto no es únicamente el estadio a que se ha llegado, sino, sobre la base de los progresos individuales, la calidad y la riqueza de dicho estadio y su integración en la actividad compleja. El interés de esta actividad motora y del juego autónomo así vividos desde los primero momentos de la vida sigue siendo válido más tarde. El niño lleva en sí mismo la armonía, la simplicidad y la buena calidad de sus movimientos y gestos y el espíritu de iniciativa, el interés por descubrir el mundo y el placer de la actividad rica y autónoma.
De este modo, el niño que lo desea efectúa sus movimientos activamente y los organiza de una manera global; además puede modularlos y, sobre todo, ir a su aire. Es capaz, haciendo un movimiento nuevo o una posición nueva, de volver al estadio anterior para continuar tranquilamente una actividad orientada hacia otra cosa que no sea el propio movimiento.
Para el niño el movimiento representa mucho más que un placer funcional. Es el instrumento y el modo de expresión de su orientación en el ambiente, de sus acciones inteligentes, de su comportamiento social y de sus afectos. El movimiento libre basado en la actividad autónoma favorece en el niño el descubrimiento de sus propias capacidades, la utilización de sus propias adquisiciones y el aprendizaje a partir de sus propios fracasos y logros. El movimiento libre promueve la construcción activa de su propia imagen corporal y la elaboración de la unidad y de la fuerza de si.
El valor de una relación afectiva privilegiada:
Pikler tenía el convencimiento de que esta no intervención en la actividad independiente del niño no significa un abandono de la relación personal del adulto con el pequeño, sino todo lo contrario: requiere el establecimiento de una relación sólida y estable a través de intercambios verbales, de miradas significativas, de presencia atenta y comprensiva, por parte del adulto que transmiten así la seguridad afectiva que todo bebé necesita, una presencia próxima pero no abrumadora.
La comunicación verbal es una prioridad en la relación con el niño. Todo lo que el adulto hace directamente al bebé tiene una traducción verbal. Al gesto del niño o del adulto, el adulto añade la palabra, la narración del proceso de lo que están haciendo conjuntamente, de la acción que el niño inicia, de lo que el adulto le pide al niño, o de lo que interpreta o responde. A partir de ahí, el pequeño capta el interés por la comunicación y tiene campo abierto para expresarse, siente en todo momento que el adulto le respeta y valora su actividad en todo lo que se refiere a su persona, en los cuidados diarios: comida, higiene, vestido, etc., y en el resto de actividades como el juego, el paseo, la convivencia, etc.
El adulto no interviene de forma directa en la actividad del niño, ni para distraerlo, ni para ayudarlo en sus acciones, ni imponiéndole una estimulación directa o una enseñanza que, en lugar de ayudar a la actividad y a la necesidad de autonomía del niño, lo convertirán en un ser pasivo y dependiente. El adulto sólo estimula las actividades de una forma indirecta, creando las condiciones de equilibrio del desarrollo emocional y afectivo y del desarrollo psicomotor e intelectual:
Entre los elementos del entorno que estructuran la personalidad del niño es fundamental la seguridad proporcionada por el vínculo y el interés del adulto. El vínculo estable y continuado con un número reducido de personas bien conocidas y la relación privilegiada con un adulto permanente son las condiciones fundamentales de la salud mental y del éxito de la socialización primaria en la primera infancia.
Cuando todo lo que le sucede al niño tiene lugar en el marco de una relación, de un intercambio real que le permite tomar conciencia de la persona que se ocupa de él, a la vez que de sí mismo, sólo entonces puede ser consciente de su integridad individual y de su identidad personal. Sin este sistema de relaciones, el niño no puede soportar las frustraciones inevitables y necesarias para la maduración de su personalidad.
Necesita del adulto para poder construir su sistema de valores de la sociedad, sus normas de juicio, sus reglas de comportamiento y su sistema de prohibiciones. Esta apropiación del sistema se realiza a través de la imitación, la asimilación y la identificación. La salud mental sólo existe si se ha producido este proceso.
En el seno de la familia, esta salud mental es el resultado de los cuidados constantes dispensados principalmente por la madre, que permiten una continuidad del desarrollo afectivo personal.
La observación del adulto como fundamento de la autonomía del niño :
Más que cualquier discusión teórica, la observación concreta es la que nos puede convencer de la importancia fundamental de la actividad en la vida psíquica del niño. Los parámetros de observación son: la calidad de la actividad, su contenido, su duración y el lugar que ocupa en la relación con el comportamiento global del niño. No se trata de medir lo que el niño es capaz de hacer en determinadas circunstancias, sino de observar los momentos habituales de su vida, de mirar al niño que está en actividad de un modo espontáneo.
Cuando observamos, deberíamos hacerlo desde un doble punto de vista: el del adulto y el del niño. Porque el niño no juega: vive y lo hace implicándose por completo, implicando todas sus funciones y todas sus emociones en cada uno de los actos desde su nacimiento. Sólo la observación externa descubre en esta actividad los signos de una evolución, los elementos más o menos favorables de un progreso y los cada vez más complejos factores del futuro comportamiento. Para el niño, no se trata de preparar el futuro, sino de agotar sus posibilidades actuales. Estas posibilidades dependen del estadio de desarrollo en que se encuentra, del entorno sobre el que puede ejercer influencia y de su estado psíquico.
La relación entre el adulto y el niño:
En la complejidad de los fenómenos que determinan las ganas que tiene el niño de ser activo, es importante destacar la actitud de respeto por parte del adulto hacia esa actividad. Cuando existe un profundo respeto hacia lo que hace el niño porque a él le interesa, un respeto centrado más en su persona que en sus actos, todas nuestras acciones están impregnadas de un contenido que enriquece la personalidad, la seguridad afectiva y la consciencia de la propia estima del niño. Se puede constatar que la observación y la valoración de la actividad autónoma: motricidad libre, manipulación, investigación, iniciativas del niño en sus relaciones con el adulto, han suscitado el respeto hacia el niño por parte del adulto encargado de cuidarlo y ese respeto se ha convertido en un componente importante en su relación.
Si el niño vive en un entorno de desinterés hacia su persona nunca podrá ser autónomo según el planteamiento educativo de Emmi Pikler. Su sentimiento de seguridad, su comodidad motora y la riqueza adaptada de su entorno exigen mucha más atención individualizada, cuidados y disponibilidad por parte de los adultos que cualquier programa preorganizado. Resulta más difícil de llevar a cabo, pero conlleva más y más profundas satisfacciones a los adultos que están al lado del niño.
La necesidad de ayudar al niño a tomar conciencia de sí mismo y de su entorno:
Los niños sanos se interesan por el mundo que les rodea y actúan. Para que puedan desarrollar su iniciativa, Pikler considera imprescindible proporcionarles en primer lugar un marco de vida estable, tanto física como psíquicamente, un adulto de referencia para cada niño, unos cuidados afectuosos y unas atenciones personalizadas la máximo, que les procuran la seguridad necesaria para su actuación libre e independiente. En este contexto es imprescindible además facilitarles un entorno material adecuado a las necesidades funcionales y a sus intereses.
Pocas veces el adulto puede contemplar al recién nacido absorto en la contemplación y el descubrimiento de su entorno. Generalmente, en el momento en que nos acercamos al pequeño y entramos en su campo visual, modificamos la situación. Cuando nos ve, es normal que empiece a observarnos. Según la edad que tenga, sus experiencias anteriores o el valor afectivo que para él tenga el adulto que se le acerca, estará atento o a la expectativa. Si el adulto establece un contacto con él hablándole, mostrándole algún juguete o si empieza a jugar con él, el niño escucha y participa, y muchas veces es él quien inmediatamente toma la iniciativa. Estos momentos son muy importantes y valiosos en la vida de un recién nacido.
Sabemos de qué manera el niño acoge, en diversas edades, a los adultos conocidos o desconocidos cuando ve que se le acercan, pero casi no sabemos nada de lo que le pasa al niño, contento y satisfecho, cuando ni él nos ve ni nosotros lo vemos a él, cuando juega en el lugar donde lo hace habitualmente, un lugar espacioso, adaptado a su libertad de movimientos y bien provisto de juguetes. Para el niño, este tiempo es también tan importante y valioso como los que pasa en nuestra compañía. Si podemos observar al niño en estos momentos sin que él nos vea, nos damos cuenta de su actitud de exploración, tranquilidad y alegría.
Todo esto es posible si el niño disfruta de una plena sensación de seguridad y el fundamento de este sentimiento lo constituye la experiencia de ayuda inmediata cuando tiene necesidad. Esto quiere decir que cuando el niño “hace saber” que tiene un problema, el adulto, aunque se encuentre fuera de su campo visual, tiene que aparecer inmediatamente, o al menos hacerle saber que lo ha oído. De este modo, para el bebé, el hecho de estar solo no supondrá estar abandonado, sino largos momentos de serenidad y de juegos tranquilos.
Cuando el niño se encuentra bien en su cuerpo, con libertad de movimientos, su atención o su interés se organizan al ritmo exacto de su madurez, al nivel que corresponde al estadio de su crecimiento. El niño puede detenerse según su deseo en un objeto o en un hecho. Está atento a sus manos, a sus pies, mira a su alrededor y observa los objetos, las hojas que se mueven, etc. Su actividad también se organiza de acuerdo con su capacidad de atención, con su interés y con su humor en ese momento. A cada instante puede interrumpir la actividad libre y espontánea, de hecho, lo hace a menudo.
El niño también puede modificar su proyecto de acción, o reemprender sus intentos más tarde. Por ejemplo, quiere recuperar la cesta que se ha caído fuera de los barrotes que limitan el espacio donde se encuentra. Pero no puede, no encuentra el gesto adecuado, la cesta no pasa por los estrechos barrotes… El niño está solo, no espera que el adulto lo ayude. Lo prueba unas cuantas veces, y con frecuencia se impacienta. De vez en cuando, también puede descansar, coger otros juguetes, moverse reptando o gateando hasta el otro extremo de la habitación y volver al cabo de unos minutos. O bien pasa un rato contemplando la cesta y luego intenta recuperarla. También puede conformarse con un objeto más pequeño. Por el momento, ha abandonado sus intentos y los volverá a reiniciar en otra ocasión, dos días o una semana después. La aceptación del fracaso momentáneo y la modificación flexible de los planes de acción también forman parte del aprendizaje. El niño que, en su lugar habitual, tiene la ocasión de encontrar día tras día juguetes y objetos familiares, dispone de la posibilidad de ejercer y desarrollar sus competencias.
Os recomiendo:
Hoy vengo con añoranza a contaros aquellos años de Universidad. Hace 10 años ya de eso... Mucho he aprendido desde entonces y mucho de lo que me comentaban en clase los profesores lo he experimentado...
Moverse en libertad |
Siempre he pensado que una profesora tiene que vivir lo que enseña, disfrutarlo y enseñarlo con todas las ganas y emoción del mundo. Cuando esto es así, los alumnos le pondrán emoción y aprenderán. Es lo que a mi me ocurrió con una de mis profesoras de la Universidad: conecté con ella y vivía sus clases con emoción y con ganas de aprender más y más (y eso que de primeras su clase no me llamaba la atención, era la clase de psicomotricidad). Rescatando sus apuntes he descubierto una maravilla que tenía que compartir con vosotros :) espero que estas palabras os gusten tanto como a mi hace 10 años ;)
Éstos apuntes son un extracto de "Desarrollo psicomotor. La maduración psicomotora de E. Pikler. Los efectos de la intervención y no intervención del adulto en el desarrollo postural y del movimiento"
Empecemos por el principio, os contaré quién era Emmi Pickler para después desarrollaros su teoría:
Emmi Pikler fue una médica formada en Viena que se instaló como pediatra en Budapest en los años 1930. Su visión del niño pequeño - un ser activo, competente, capaz de iniciativas - le lleva a convencer a las familias que ella acompaña de lo adecuado del desarrollo motor autónomo y de la importancia de una actividad auto-inducida y conducida por el niño mismo. Atenta igualmente a la dimensión relacional, muestra como vivirla en los momentos de cuidados, en un compartir íntimo y profundo entre el adulto y el niño. En 1946 se confía a Emmi Pikler la responsabilidad de una casacuna en Budapest (llamado hoy en día Instituto Pikler). En la misma línea de su trabajo con las familias, (ella) busca el medio de ofrecer a los pequeños que ahí se crían una experiencia de vida que preserve su desarrollo y evite las carencias dramáticas que puede crear la ausencia de un lazo significativo con los padres.
Las nociones esenciales del pensamiento de la doctora Pikler se pueden sintetizar en los siguientes apartados:
- El valor de la actividad autónoma: El movimiento libre, la actividad iniciada por el mismo niño, el aprendizaje autónomo y la noción de competencia. Todas ellas subrayan la autonomía del niño desde la primera infancia, desde el inicio de la vida.
- El valor de una relación afectiva privilegiada y la importancia de la misma: el papel que debe desempeñar el adulto en la forma de relacionarse con el niño. La observación
- La necesidad de ayudar al niño a tomar conciencia de sí mismo y de su entorno.
Los comienzos profesionales de Emmi Pikler habían sido en el ejercicio de su profesión de pediatra de familia. Ayudaba a los padres a la observación de su bebé para que ellos mismos descubrieran la importancia de tener confianza en la capacidad de desarrollo del niño. Juntamente con ellos razonaba la creación de las condiciones materiales y emocionales más adecuadas para que las actividades del niño fueran más ricas, sin necesidad de intervenir directamente en su juego ni en su acción.
Establecía con los padres el ritmo de alimentación y de sueño más adecuado al niño y aseguraba que los momentos de cambio de pañales, higiene, vestido y comida, fueran ocasiones tranquilas y de relación placentera entre padres e hijo, estando siempre atentos a las reacciones del niño y favoreciendo su participación en cada una de estas actividades. Estos mismos principios fueron trasladados al instituto Lóczy y desarrollados ampliamente a lo largo de su trayectoria.
El valor de la actividad autónoma:
El pensamiento de Pikler tiene como base la confianza y el respeto al niño, considerándole una persona desde el nacimiento, una persona que es parte activa de su propia evolución, una evolución que se basa en la actividad y en la autonomía.
Emmi Pikler confía en el niño, en la capacidad innata y social del aprendizaje de los recién nacidos y de los bebés, cree en su capacidad de desarrollo autónomo y busca favorecerlo respetando su iniciativa, en el proceso de evolución de sus movimientos, en la manifestación de su desarrollo psíquico, en su juego, en su pensamiento y en su comunicación con los demás. Cuando el niño actúa por su propia iniciativa e interés, aprende y adquiere capacidades y conocimientos mucho más sólidos que si se intenta inculcarle desde el exterior estos mismos aprendizajes.
Pikler considera fundamental el valor de la actividad autónoma del niño sobre la base de sus propias iniciativas en el aprendizaje de los movimientos. Sus planteamientos parten del convencimiento de que el niño que aprende a moverse y a andar por sus propios tanteos y experiencias sin recibir soluciones preelaboradas y sin que el adulto interfiera en sus exploraciones, progresa y adquiere conocimientos de una naturaleza distinta, mucho más sólida que el niño protegido o enseñado a moverse y a alcanzar los niveles de desarrollo que los adultos consideran adecuados.
En este sentido, trata de evitar la actitud intervencionista por parte del adulto, es decir, la actitud que hace al niño pasivo, intentando enseñarle algo que aprende sólo por complacer al adulto pero no por el placer que proporciona la motivación y la comprensión del significado de lo que está haciendo. Según ella misma afirma, la intervención directa del adulto durante los primeros estadios del desarrollo no es una condición previa para la adquisición de estos estadios.
Aconseja dejar a los niños en completa libertad de movimientos, una libertad que consigue asegurar a partir de proporcionarles espacio suficiente y correctamente equipado, de vestirles con ropa adecuada para moverse cómodamente y, sobre todo, prescindiendo de cualquier tipo de adiestramiento.
Bola Pikler |
La importancia del movimiento autónomo durante el primer año para el niño: la libertad de movimientos significa la posibilidad, en las condiciones materiales adecuadas, de descubrir, experimentar, perfeccionar y vivir, en cada fase de su desarrollo, sus posturas y movimientos. Por ello, necesita un espacio adaptado a sus movimientos, usar ropa que no lo obstaculice, hallarse sobre un suelo firme y disponer de juguetes que lo motiven.
Después de la posición dorsal, sin que el adulto ponga al niño en ninguna de estas situaciones, sucesivamente irán apareciendo las primeras vueltas, el girarse en el momento en que el propio niño, tumbado boca abajo, domina su comportamiento.
Después irán surgiendo las demás etapas: arrastrarse y desplazarse gateando, la posición sentada, levantarse de rodillas, después derecho, primero agarrándose y después sin agarrarse. El niño vive su vida cotidiana a través de estas posturas y movimientos intermedios, jugando como se ha dicho anteriormente. Haciéndolo, construye los preliminares, las infraestructuras de su motricidad acabada, es decir, las que le permitirán sentarse y andar, cosa que después hará con facilidad.
Ventajas del movimiento autónomo:
Mediante esta motricidad se desarrolla una actividad realmente autónoma y continua, que constituye un factor fundamental en la estructuración de una personalidad competente:
La manera progresiva que tiene el niño de encontrar las posturas le permite volver con seguridad, con un movimiento controlado, a la postura precedente. En esta postura, puede ponerse en actividad de un modo relajado mientras no haya asimilado del todo la nueva posición. Así pues, no necesita la ayuda del adulto. De una posición asimilada a la otra no hay fisuras de continuidad, ya que cada una de ellas tiene un periodo de predominio. No obstante, en el repertorio del niño activo, no hay ninguna posición que desaparezca por completo. Esta motricidad parece poner íntimamente en relación la necesidad constante de actividad del niño y los medios de que dispone en cada etapa de su desarrollo.
También hay una relación entre la motricidad y el desarrollo intelectual y afectivo: el niño siempre dispone de los medios de escoger la posición más adecuada para poder manipular con tranquilidad o para estar atento a lo que le rodea. Sus movimientos y posiciones le son útiles para construirse un esquema corporal correcto; y sus desplazamientos, para estructurar activamente su percepción del espacio.
Si al principio de cada estadio encontramos las características de las pruebas, los errores y las dudas del principio, propios de todo aprendizaje, una vez adquirido el gesto o el movimiento podemos notar la buena calidad de la coordinación y de la economía en el esfuerzo. El niño se siente satisfecho, se da cuenta de su eficacia, aprende a aprender y a llevar a cabo hasta el final lo que ha empezado.
Uno de los criterios del desarrollo correcto no es únicamente el estadio a que se ha llegado, sino, sobre la base de los progresos individuales, la calidad y la riqueza de dicho estadio y su integración en la actividad compleja. El interés de esta actividad motora y del juego autónomo así vividos desde los primero momentos de la vida sigue siendo válido más tarde. El niño lleva en sí mismo la armonía, la simplicidad y la buena calidad de sus movimientos y gestos y el espíritu de iniciativa, el interés por descubrir el mundo y el placer de la actividad rica y autónoma.
De este modo, el niño que lo desea efectúa sus movimientos activamente y los organiza de una manera global; además puede modularlos y, sobre todo, ir a su aire. Es capaz, haciendo un movimiento nuevo o una posición nueva, de volver al estadio anterior para continuar tranquilamente una actividad orientada hacia otra cosa que no sea el propio movimiento.
Para el niño el movimiento representa mucho más que un placer funcional. Es el instrumento y el modo de expresión de su orientación en el ambiente, de sus acciones inteligentes, de su comportamiento social y de sus afectos. El movimiento libre basado en la actividad autónoma favorece en el niño el descubrimiento de sus propias capacidades, la utilización de sus propias adquisiciones y el aprendizaje a partir de sus propios fracasos y logros. El movimiento libre promueve la construcción activa de su propia imagen corporal y la elaboración de la unidad y de la fuerza de si.
El valor de una relación afectiva privilegiada:
Pikler tenía el convencimiento de que esta no intervención en la actividad independiente del niño no significa un abandono de la relación personal del adulto con el pequeño, sino todo lo contrario: requiere el establecimiento de una relación sólida y estable a través de intercambios verbales, de miradas significativas, de presencia atenta y comprensiva, por parte del adulto que transmiten así la seguridad afectiva que todo bebé necesita, una presencia próxima pero no abrumadora.
La comunicación verbal es una prioridad en la relación con el niño. Todo lo que el adulto hace directamente al bebé tiene una traducción verbal. Al gesto del niño o del adulto, el adulto añade la palabra, la narración del proceso de lo que están haciendo conjuntamente, de la acción que el niño inicia, de lo que el adulto le pide al niño, o de lo que interpreta o responde. A partir de ahí, el pequeño capta el interés por la comunicación y tiene campo abierto para expresarse, siente en todo momento que el adulto le respeta y valora su actividad en todo lo que se refiere a su persona, en los cuidados diarios: comida, higiene, vestido, etc., y en el resto de actividades como el juego, el paseo, la convivencia, etc.
Laberinto Pikler |
El adulto no interviene de forma directa en la actividad del niño, ni para distraerlo, ni para ayudarlo en sus acciones, ni imponiéndole una estimulación directa o una enseñanza que, en lugar de ayudar a la actividad y a la necesidad de autonomía del niño, lo convertirán en un ser pasivo y dependiente. El adulto sólo estimula las actividades de una forma indirecta, creando las condiciones de equilibrio del desarrollo emocional y afectivo y del desarrollo psicomotor e intelectual:
- Seguridad facilitada por un vínculo profundo y estable y por el interés de que el niño es objeto.
- Valor afectivo del sentimiento de competencia que el niño percibe no sólo en sus relaciones con el adulto sino también en aquellas que inicia con motivo de su actividad autónoma.
- Riqueza y adaptación del entorno del niño, diversidad del material que se pone a su disposición, que responde a sus gustos y a las diversas posibilidades de experimentación en función de su estadio de evolución.
- Riqueza del lenguaje durante los intercambios: gestos, palabras y otros medios de expresión propuestos por el adulto que permite al niño situarse convenientemente en los acontecimientos que le afectan.
- Respeto hacia el ritmo de las adquisiciones motrices de cada niño, que nunca se encuentra en una situación que no domina por si mismo, ni se ve forzado a adoptar una postura que sobrepase sus posibilidades
Triángulo Pikler |
Entre los elementos del entorno que estructuran la personalidad del niño es fundamental la seguridad proporcionada por el vínculo y el interés del adulto. El vínculo estable y continuado con un número reducido de personas bien conocidas y la relación privilegiada con un adulto permanente son las condiciones fundamentales de la salud mental y del éxito de la socialización primaria en la primera infancia.
Cuando todo lo que le sucede al niño tiene lugar en el marco de una relación, de un intercambio real que le permite tomar conciencia de la persona que se ocupa de él, a la vez que de sí mismo, sólo entonces puede ser consciente de su integridad individual y de su identidad personal. Sin este sistema de relaciones, el niño no puede soportar las frustraciones inevitables y necesarias para la maduración de su personalidad.
Necesita del adulto para poder construir su sistema de valores de la sociedad, sus normas de juicio, sus reglas de comportamiento y su sistema de prohibiciones. Esta apropiación del sistema se realiza a través de la imitación, la asimilación y la identificación. La salud mental sólo existe si se ha producido este proceso.
En el seno de la familia, esta salud mental es el resultado de los cuidados constantes dispensados principalmente por la madre, que permiten una continuidad del desarrollo afectivo personal.
Materiales Pikler |
La observación del adulto como fundamento de la autonomía del niño :
Más que cualquier discusión teórica, la observación concreta es la que nos puede convencer de la importancia fundamental de la actividad en la vida psíquica del niño. Los parámetros de observación son: la calidad de la actividad, su contenido, su duración y el lugar que ocupa en la relación con el comportamiento global del niño. No se trata de medir lo que el niño es capaz de hacer en determinadas circunstancias, sino de observar los momentos habituales de su vida, de mirar al niño que está en actividad de un modo espontáneo.
Cuando observamos, deberíamos hacerlo desde un doble punto de vista: el del adulto y el del niño. Porque el niño no juega: vive y lo hace implicándose por completo, implicando todas sus funciones y todas sus emociones en cada uno de los actos desde su nacimiento. Sólo la observación externa descubre en esta actividad los signos de una evolución, los elementos más o menos favorables de un progreso y los cada vez más complejos factores del futuro comportamiento. Para el niño, no se trata de preparar el futuro, sino de agotar sus posibilidades actuales. Estas posibilidades dependen del estadio de desarrollo en que se encuentra, del entorno sobre el que puede ejercer influencia y de su estado psíquico.
La relación entre el adulto y el niño:
En la complejidad de los fenómenos que determinan las ganas que tiene el niño de ser activo, es importante destacar la actitud de respeto por parte del adulto hacia esa actividad. Cuando existe un profundo respeto hacia lo que hace el niño porque a él le interesa, un respeto centrado más en su persona que en sus actos, todas nuestras acciones están impregnadas de un contenido que enriquece la personalidad, la seguridad afectiva y la consciencia de la propia estima del niño. Se puede constatar que la observación y la valoración de la actividad autónoma: motricidad libre, manipulación, investigación, iniciativas del niño en sus relaciones con el adulto, han suscitado el respeto hacia el niño por parte del adulto encargado de cuidarlo y ese respeto se ha convertido en un componente importante en su relación.
Material Pikler |
Los niños sanos se interesan por el mundo que les rodea y actúan. Para que puedan desarrollar su iniciativa, Pikler considera imprescindible proporcionarles en primer lugar un marco de vida estable, tanto física como psíquicamente, un adulto de referencia para cada niño, unos cuidados afectuosos y unas atenciones personalizadas la máximo, que les procuran la seguridad necesaria para su actuación libre e independiente. En este contexto es imprescindible además facilitarles un entorno material adecuado a las necesidades funcionales y a sus intereses.
Pocas veces el adulto puede contemplar al recién nacido absorto en la contemplación y el descubrimiento de su entorno. Generalmente, en el momento en que nos acercamos al pequeño y entramos en su campo visual, modificamos la situación. Cuando nos ve, es normal que empiece a observarnos. Según la edad que tenga, sus experiencias anteriores o el valor afectivo que para él tenga el adulto que se le acerca, estará atento o a la expectativa. Si el adulto establece un contacto con él hablándole, mostrándole algún juguete o si empieza a jugar con él, el niño escucha y participa, y muchas veces es él quien inmediatamente toma la iniciativa. Estos momentos son muy importantes y valiosos en la vida de un recién nacido.
Sabemos de qué manera el niño acoge, en diversas edades, a los adultos conocidos o desconocidos cuando ve que se le acercan, pero casi no sabemos nada de lo que le pasa al niño, contento y satisfecho, cuando ni él nos ve ni nosotros lo vemos a él, cuando juega en el lugar donde lo hace habitualmente, un lugar espacioso, adaptado a su libertad de movimientos y bien provisto de juguetes. Para el niño, este tiempo es también tan importante y valioso como los que pasa en nuestra compañía. Si podemos observar al niño en estos momentos sin que él nos vea, nos damos cuenta de su actitud de exploración, tranquilidad y alegría.
Material Pikler exterior |
Todo esto es posible si el niño disfruta de una plena sensación de seguridad y el fundamento de este sentimiento lo constituye la experiencia de ayuda inmediata cuando tiene necesidad. Esto quiere decir que cuando el niño “hace saber” que tiene un problema, el adulto, aunque se encuentre fuera de su campo visual, tiene que aparecer inmediatamente, o al menos hacerle saber que lo ha oído. De este modo, para el bebé, el hecho de estar solo no supondrá estar abandonado, sino largos momentos de serenidad y de juegos tranquilos.
Cuando el niño se encuentra bien en su cuerpo, con libertad de movimientos, su atención o su interés se organizan al ritmo exacto de su madurez, al nivel que corresponde al estadio de su crecimiento. El niño puede detenerse según su deseo en un objeto o en un hecho. Está atento a sus manos, a sus pies, mira a su alrededor y observa los objetos, las hojas que se mueven, etc. Su actividad también se organiza de acuerdo con su capacidad de atención, con su interés y con su humor en ese momento. A cada instante puede interrumpir la actividad libre y espontánea, de hecho, lo hace a menudo.
El niño también puede modificar su proyecto de acción, o reemprender sus intentos más tarde. Por ejemplo, quiere recuperar la cesta que se ha caído fuera de los barrotes que limitan el espacio donde se encuentra. Pero no puede, no encuentra el gesto adecuado, la cesta no pasa por los estrechos barrotes… El niño está solo, no espera que el adulto lo ayude. Lo prueba unas cuantas veces, y con frecuencia se impacienta. De vez en cuando, también puede descansar, coger otros juguetes, moverse reptando o gateando hasta el otro extremo de la habitación y volver al cabo de unos minutos. O bien pasa un rato contemplando la cesta y luego intenta recuperarla. También puede conformarse con un objeto más pequeño. Por el momento, ha abandonado sus intentos y los volverá a reiniciar en otra ocasión, dos días o una semana después. La aceptación del fracaso momentáneo y la modificación flexible de los planes de acción también forman parte del aprendizaje. El niño que, en su lugar habitual, tiene la ocasión de encontrar día tras día juguetes y objetos familiares, dispone de la posibilidad de ejercer y desarrollar sus competencias.
Os recomiendo:
- La película "Lóczy, un hogar para crecer" basada en el Instituto Lóczy y Emmy Pikler
- Y el libro de los libros: "Moverse en libertad" Desarrollo de la motricidad global
Feliz semana a todos!
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